En El estrés de las libélulas, la autora ha querido hacer un recorrido por diferentes voces y situaciones cotidianas relacionadas con la ausencia, a veces con el olvido, pero poniendo el foco de atención en ese amor que no se nombra, que no es romántico y que acaba transformado en indiferencia, odio e incluso miedo. El título proviene de uno de los poemas, sobre un estudio canadiense que demostró que, cuando un depredador acechaba a las libélulas, el estrés que les generaba podía causarles la muerte, lo cual también ocurre (desgraciadamente) con la violencia de género. Los 27 poemas que componen el libro evocan tres partes de la estructura de un guion de teatro (acotaciones, diálogos y escenas) e intentan mostrar diversas experiencias vitales en las que es posible que también tengan cabida las del lector. En El estrés de las libélulas, la autora ha querido hacer un recorrido por diferentes voces y situaciones cotidianas relacionadas con la ausencia, a veces con el olvido.