FIGUERO, JAVIER
Si uno tomase por una suerte de diario de los aconteceres cotidianos de estos relatos que, escritos en primera persona, me pide prologar Javier Figuero, yo pensaría que su autor está loco. Si, por el contrario, pensara que se trata de narraciones imaginarias, podría sospechar los ha escrito soñando. Pero uno es escritor, como el creador de estos cuentos, y sabe bien que, a menudo, en la vida y en la literatura ‒¿no son acaso las dos caras de una misma cosa?‒ irrealidad y razón, ensoñación y verdad, se reúnen en la faz misma de la existencia, sin que unas prevalezcan sobre las otras. El mundo es caótico y nos empuja a diario hacia la perplejidad.
Y creo que el autor de estos relatos ha tratado, sobre todo, de aproximarse al vértigo desconcertante de ese gran desorden, no para explicarlo o justificarlo, sino para pintarlo. Noble y humilde empeño cuando no podemos ir mucho más lejos: quizás no sea otro el destino final del arte.
Javier Figuero, un buen narrador, excelente ensayista, sugestivo dramaturgo y punzante poeta (ya ven que ha tocado todos los palos), llevaba años sin asomarse al escenario de las letras españolas, quién sabe por qué. Y parecía haber abandonado para siempre su vocación narrativa, para concentrarse, en sus últimas obras, en el ensayo literario, histórico y político, con libros más que recomendables como Si los curas y frailes supieran, La España de la rabia y de la idea y Albert Camus, exaltación de España. Y de pronto regresa, inesperadamente, con esta colección de cuentos
cortos que son como alfilerazos cargados en ocasiones de melancolía, en otras de soledad y, casi siempre, de humor.
La técnica elegida por el autor es sorprendente. El protagonista parece el mismo en todos los relatos, un tal Javier (como tal se nos revela en varios de sus cuentos), que además es el propio escritor travestido en su propio personaje. De modo que el libro está enfocado desde la primera persona, que además de ser su personaje, es a la vez su creador. Eso le permite a Figuero saltarse cualquier ortodoxia narrativa y entrar y salir del territorio de la ficción con la misma libertad que entra y sale en el del realismo.
Resulta curioso que, en ocasiones, el lector –ese es al menos mi caso‒ tenga la impresión de que está leyendo un texto ideado para aparecer en las redes sociales, antes que en el papel. Y quizás esa fuera la intención más íntima y no confesada del autor: abrir en la red un camino literario poco explotado todavía. ¿Lo podríamos llamar cyber-literatura? Pero, al contrario de lo que sucede con la mayor parte de los textos que leemos en nuestras pantallas, aquí hay trabajo literario, hay precisión en el lenguaje, hay voluntad de estilo y, sobre todo, hay experiencia y sabiduría literarias, que es de lo que al fin se trata en toda obra creativa, sea cual sea la plataforma en que se apoye, un ordenador o un papel.
El hilo interior que sostiene el texto yo creo, y ya lo he dicho, que es la soledad; y también una cierta angustia ante el paisaje humano que nos propone el presente. No es un libro optimista el que ahora tiene el lector entre las manos. Pero tampoco se trata de un trabajo que convoque al desánimo, ya que la gran mayoría de los relatos están escritos desde el humor.
Humor desesperanzado, humor negro, humor surrealista…, llamémoslo como queramos. Pero humor, al fin y al cabo. Y ese es, en mi opinión, el mayor acierto del libro, que nos hace mirarnos con cierta ternura y tristeza desde la sonrisa. Hay, en ese sentido, cuentos espléndidos, como Sobre mi elegancia, Presentación, La boda o El vacío absoluto. Ninguno convoca a la carcajada, desde luego. Pero es que el humor literario lo que busca siempre es la complicidad con el lector, antes que el estentóreo vocerío. Y aquí Figuero se mueve como pez en el agua.
Una última nota. En la gran mayoría de los relatos, asoman a las mujeres y, a menudo, como protagonistas indiscutibles de la historia. Son seres con frecuencia desnortados, algo imprevisibles, siempre inteligentes, con carácter, de almas fugaces y espíritus ardientes. Y el escritor-personaje de estas historias, que trata a toda hora de comprenderlas y casi siempre sin conseguirlo, no puede vivir sin ellas.