... Nadia utilizaba, como mi hermana, un vocabulario bastante popular, por no decir algo procaz, pero tenía razón: incluso mis antiguos «hermanos» acosaban a las chicas que no llevaban el pelo cubierto o que se ponían pantalones ceñidos, pero en ese momento nos reímos por la utilización de ese adjetivo que me colgó y después nos pusimos a hablar de Las flores del mal. Durante las casi dos horas que estuvimos debatiendo, ayudándonos de nuestras notas, observé que Nadia me sonreía con cierta insistencia cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Era guapa y su sonrisa, cautivadora... Toda ella desprendía una simpatía irresistible. Pero yo no le aguantaba la mirada... En el Liceo Regnault de Tánger era normal que las chicas invitaran a veces a los chicos, el hecho no me extrañó en sí mismo, lo que pasa es que en la Facultad de Letras de Tetuán la situación era diferente, porque la gran mayoría de los estudiantes, incluido yo, vigilaba con lupa los comportamientos de las estudiantes. Yo sabía que todos estaban pendientes de los pasos que iba dando Nadia, sobre todo después de ese cálido beso que me estampó, y que me estaban vigilando igualmente a mí... Pasajes de El vigilante, de Driss Bouissef-Rekab Luque