AA.VV
La presencia permanente de colonos griegos en el occidente mediterráneo conllevó un largo periodo de dinamismo que en cierta medida agitaría el panorama político y cultural de las distintas poblaciones que conformaban tan vasto y variado territorio. Como buenos amantes del mar, los griegos que frecuentaron la península ibérica o se establecieron allí en comunidades estables tenían su particular agenda comercial -en parte precedida y favorecida por el flujo fenicio y nurágico-, y a través de ella se fomentaron ciertos aspectos de la materialidad -las casi omnipresentes cerámicas áticas, o la escultura ibérica, por poner solo algunos ejemplos- a la vez que otros aspectos culturales menos tangibles de las poblaciones locales del litoral peninsular mediterráneo. Desde aquellos lejanos con- tactos con el mito en los trabajos de Heracles o las generosas donaciones del legendario rey tartésico Argantonio hasta las más palpables evidencias arqueológicas, sobre todo plasmadas en las colonias de Emporion y Rhode -las únicas que conocemos arqueológicamente-, el mundo griego peninsular hizo gala de un helenismo híbrido,